Jiddu Krishnamurti, el gran maestro espiritual indio, dedicó desde un principio gran parte de su energía a promulgar e implementar su visión de una educación destinada a cultivar la totalidad del ser humano. Para él, el desarrollo integral del alumno constituía el propósito esencial de toda educación digna de ese nombre, pues sólo de ese modo se puede contemplar una solución radical y duradera a la crisis endémica que aqueja a la sociedad y que tiene sus raíces en el estado fragmentado de la conciencia. La investigación en profundidad que hace Krishnamurti de la condición humana merece una mayor atención de la que ha recibido por parte de los educadores y del público en general y, dados los tiempos que corren, acaso no estaría de más resaltar algunos de los aspectos esenciales de su pedagogía.
La integridad fundamental que Krishnamurti se planteaba como fin primordial de la educación implica el desarrollo armonioso de cuerpo, corazón y mente. Para ello, la educación no puede limitarse a impartir conocimientos y perfeccionar habilidades con vistas a una integración en el mercado laboral o en el orden social sino que debe asumir plena responsabilidad respecto a la realidad psicológica o interior del individuo, pues ésta constituye el factor determinante de la dinámica, por lo general desastrosa, de nuestras relaciones, las cuales son la esencia de la sociedad. Por consiguiente, este enfoque pedagógico se propone ante todo liberar al ser humano de los factores de división y conflicto, cuyo origen fundamental es el movimiento egocéntrico del pensamiento.
Éste es un planteamiento eminentemente ético de la educación, cuyo elemento clave es la transformación del individuo por medio del autoconocimiento. La relación, como fundamento que es de la vida misma, nos ofrece un espejo en el que nos vemos reflejados tal como somos, pues es el campo en el que nuestro condicionamiento, creatividad y diversas formas de ser se forjan, manifiestan y modifican. Por consiguiente, la relación con la naturaleza, con las cosas, las personas y las ideas constituye el núcleo del proceso educativo, el cual se asienta sobre las artes de ver, escuchar, cuestionar y aprender, verdaderos pilares del gran arte de vivir.
Las escuelas de Krishnamurti cubren tres áreas básicas de actividad, a saber: facilitarle al alumno la adquisición de los conocimientos y capacidades necesarios para desenvolverse en la sociedad, descubrir y cultivar sus talentos innatos y despertar en él un profundo interés por la totalidad e integridad de la vida. En la actual práctica educativa, la mayoría de las energías se canalizan hacia los dos primeros fines, es decir, hacia la adquisición de conocimientos y el cultivo de la capacidad, con su correspondiente especialización. Esto está en línea con el concepto de la educación como medio de adaptación o integración social, lo cual incluye tanto la formación laboral como la adopción de una identidad colectiva y su esquema de normas y valores. Por lo general, el tercer aspecto queda relegado a la categoría de un interés privado, cuando en realidad es el más universal de todos y, por lo tanto, debería estar en el corazón mismo de la práctica educativa, pues la relación con el todo es la vocación fundamental e inalienable del ser humano. El ser humano, como tal, no es un ente especializado.
Krishnamurti, quien solía negarse a sistematizar para no enjaular la vida, que es movimiento y novedad incesantes, en conclusiones teóricas, sin embargo enumeró algunos de los propósitos básicos de su planteamiento holístico de la educación, notablemente los seis siguientes: generar la cualidad de habilidad y precisión en la acción, establecer una relación cercana y no destructiva con la naturaleza, tener una visión global de la humanidad, desarrollar una profunda sensibilidad a la belleza, facilitar el florecer del más profundo afecto y despertar la inteligencia. Estos propósitos fundamentales informan todo el proceso de aprendizaje, desde el programa académico a las relaciones entre todos los que participan en la actividad escolar, ya sean profesores, alumnos y demás. El aprendizaje es primordialmente heurístico, o sea enfocado al descubrimiento directo por parte del alumno, y abarca, por consiguiente, tanto el movimiento externo como el interior. De este modo se sientan las bases de una existencia no dualista.
Para facilitar este florecer de la integridad, es esencial establecer un ambiente libre de los patrones destructivos de autoridad, con su estructura condicionante de premio y castigo. Esta estructura tradicional suele mantenerse a fuerza de imposición y temor y produce heridas psicológicas, las cuales conducen a que el niño desarrolle toda una gama de reacciones reflejas de inhibición y autodefensa. Krishnamurti apuntaba continuamente al daño causado por la comparación y la competencia en el ámbito escolar. A ellas se debe en gran medida la implantación de la envidia como base de las relaciones sociales. Para Krishnamurti, la integridad o bondad sólo puede florecer en libertad y ésta viene acompañada de responsabilidad, la cual no es consecuencia del deber sino la expresión natural de la sensibilidad y del compromiso con la armonía e integridad de la relación. Esto tiende a generar un clima de seguridad y cuidado en el que puede germinar cierta cualidad de dicha creativa.
No obstante, la cuestión de la libertad y la integridad no se limita a establecer un entorno armonioso sino que comporta al mismo tiempo la toma de conciencia de aspectos psicológicos más profundos, tales como el apego, la identificación y la violencia, que poseen un potencial devastador y constituyen un substrato perdurable de ignorancia humana. De hecho, sería imposible establecer un ambiente externo armonioso sin investigar debidamente estos factores internos de condicionamiento destructivo. Para Krishnamurti, la ignorancia consistía esencialmente en no conocerse o comprenderse uno a sí mismo. Esta ignorancia está en la raíz misma de nuestros problemas, pues la realidad humana está organizada por la psique, por el pensamiento. Y esta misma psique, en su equivocada búsqueda de seguridad, es lo que ha dado lugar a la fragmentación, la división y el conflicto que asolan y predominan en el mundo. Por consiguiente, el mundo no puede ser transformado desde fuera, pues las causas de su profundo malestar se encuentran dentro de la conciencia misma. Por eso toda educación que tenga como fin la integridad total del individuo (sólo como ente íntegro puede un ser humano llamarse individuo, o sea indiviso), pasa necesariamente por la comprensión y transformación de la propia conciencia.
Dicha comprensión supone no sólo una indagación o reflexión verbal sobre cuestiones fundamentales y de actualidad sino que, además, comporta cierta cualidad de observación que Krishnamurti denominaba 'darse cuenta sin elección' o 'atención no dividida'. Esta capacidad de percepción no fragmentada es el principio de la meditación. Dicho estado indiviso intensifica la sensibilidad y da lugar a la apertura del espacio y silencio interiores que son los cimientos del movimiento sutil de la percepción directa (insight), con su bondad y libertad incondicionales.
En cierta ocasión Krishnamurti resumió de forma magistral su enfoque educativo en tres claves:
1- Perspectiva global: consideración del todo antes que y por encima de la parte y actitud libre de sectarismos y prejuicios;
2 - Compromiso para con el hombre y el medio ambiente: ponerle fin a la división y conflicto entre los seres humanos y establecer una relación simbiótica con la naturaleza, pues humanidad y naturaleza son un mismo proceso único e indivisible;
3- Espíritu religioso y mente científica: esta última comprometida con la observación y comprensión de los hechos independientemente de toda preferencia o tendencia personales, y el primero caracterizado por cierta inocencia y comunión con todas las cosas resultantes de la carencia de identidad psicológica. Para Krishnamurti, esta cualidad religiosa de integración era lo único que podría originar una nueva cultura en la que el conocimiento o saber de la ciencia tendría su justo lugar.
Naturalmente, la pedagogía de Krishnamurti contiene muchos más aspectos e infinitud de matices que sería imposible abarcar en tan corto espacio. Y habría que decir lo mismo respecto a los aspectos más concretos de la práctica educativa en cualquiera de los diez centros educativos en los que actualmente esta visión se implementa. Lo que sí está claro es que una educación de estas características es un reto total, pues ese reto no es otro que el que la humanidad representa para sí misma desde sus orígenes. Por eso esta pedagogía, como toda verdadera educación, es en realidad un arte, pues se trata de seguir todo el movimiento del percibir, sentir, pensar y actuar sin distorsión y de instante en instante. Es un arte porque esa cualidad de percepción instantánea no es el resultado de una práctica sistemática sino de una sensibilidad espontánea nacida de la libre responsabilidad de la compasión. O sea que no es una mecánica sino una apertura y vulnerabilidad totales frente a la vida, lo cual requiere una flexibilidad absoluta. Como Krishnamurti sostenía, la verdad es una tierra sin senderos. O sea que para acercarse a ella hay que perderse primero. Esa navegación en el lado desconocido de nuestras relaciones es lo que nos permite descubrir la integridad y creatividad intrínsecas a la existencia misma. Ésta es la invitación última de este enfoque educativo para todo aquel comprometido con la integridad y libertad del ser y la verdadera paz y seguridad del mundo.
Javier Gómez Rodríguez
Bennekom, Holanda, 4 abril 2003
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